FRACTURACIONES

Fiel a la visualidad retiniana, al impacto estético de los signos, Juan Sebastián nos invita a experimentar el delirio a partir de la obra de arte. Pródigo en colores, en recursos técnicos, en giros virtuosos y barrocos que suelen confiar su efecto al vértigo del primer plano, el artista supera los enormes desafíos que entraña su poética. Así, fiel al concepto de obra de arte, como objeto y como idea, nos convence de muchas cosas: de la persistencia del deseo no obstante nuestra saturación cultural del deseo; de los poderes de la seducción del desnudo y las curvas femeniles, no obstante nuestra naturalización de dichas expresiones del deseo; de la necesidad de seguir experimentando placer a partir de categorías estéticas provenientes del arte, relacionadas con la belleza, la fealdad, lo sublime, lo dramático, lo perverso; de la pertinencia de los valores plásticos como detonadores de la sensación, del misterio, de conocimientos diversos a los del pensamiento codificado; de la herencia activa de una vertiente modernista confiada en la condición aurática del arte, para distinguir lo ordinario de lo relevante, lo trascendente de lo pueril.

 Sorteando estos desafíos, Juan Sebastián Barberá nos convence de la vigencia de una determinada visión del arte, fundamentada en la solidez del concepto arte (diverso a lo “gaseoso” del concepto diluido que suscriben, con Yves Michaux, los posmodernos), pero sobre todo, nos convence de la vigencia de sí mismo, como artista propositivo. Cercano y lejano a su propio devenir, a lo que de él conocemos, Juan Sebastián nos sorprende ahora por su constante evolución, capaz de eso, de sorprender, a través de signos que identificamos como suyos, desde hace décadas. Cercano y lejano a su poética reconocida, estabilizada en reconocimientos, exposiciones, publicaciones, Juan Sebastián experimenta con nuevos materiales, temas y métodos, que lo confirman como pintor, artista de la tridimensión, diseñador e ilustrador.

Me complace la amplitud de la muestra, que recoge precisamente esta diversidad suya, abierta además a los contrastes. Conviven el dramatismo y el erotismo de los grandes formatos con lo amoroso de los medianos que componen la muestra. En un ámbito pleno de sensualidad matérica, cromática y gráfica, de exquisiteces provenientes del buen hacer (y del bien decidir a propósito de los materiales, telas, bastidores y demás elementos), los seres amorosos celebran su pertinencia como temas del arte, así como su pertenencia a una visión incluyente y generosa, fraguada en la inteligencia y en la pasión, en el guiño luminoso y en el grito desgarrador, en la materia humana que encarna al deseo y a la carnalidad, a la capacidad de simbolizar y de soñar, a todo lo que a fuerza de confiarse al poder representacional del arte, nos repite y nos confirma como un espejo.

 

             Luis Rius Caso

 

 

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