SARAMAGO HOMENAJE

El Último Centauro en el Laberinto

Quizá no sea casual que dos textos esenciales para sus respectivas culturas lleven un título tan parecido. Me refiero a “El Laberinto de la Soledad” que en México publicó Octavio Paz en 1949 y a “El laberinto de la Saudade”, que en Portugal años después, escribió Eduardo Lourenço. En efecto, así los mexicanos como los portugueses estamos solos y tenemos conciencia de esa soledad. Estamos solos todos los hijos de Portugal y de España. No sabemos reconocernos en nuestras propias raíces y sufrimos por ello.

No hemos sabido enterrar a nuestros héroes y anda por ahí todavía batallando después de muertos. Nos aprieta el zapato en un pie que ayer nos cortaron: vivimos como una pasión religiosa el drama de la identidad. A pesar de ello, no conocemos la sobriedad de la tragedia; nos pica un inveterado milenarismo. Por eso estamos más dispuestos que otros pueblos a reconocer la presencia de los vivos entre los muertos, la fuerza del sueño y del delirio sobre la realidad, la dureza de los seres humanos, la fantasía y la libertad de los objetos. Eso explica por qué ha sido tan afortunado (y fértil) el encuentro de la obra literaria del portugués José Saramago con el pintor, dibujante y grabador mexicano en los proyectos “Periolibros” e “Iberoamérica pinta”, promovidos por el Fondo de Cultura Económica y la UNESCO. (1998)

 

Adolfo Castañón